El 11 de septiembre de 2001, en Lima, la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) aprobó por unanimidad la Carta Democrática Interamericana. Como canciller peruano, me correspondió presidir esa sesión extraordinaria de tanta trascendencia, que reunió a los países americanos con un propósito claro: establecer los principios fundamentales que definen la democracia y comprometerse a defenderla frente a amenazas al orden constitucional.

Pesaba en el impulso peruano la experiencia sufrida con la autocracia generada por el “autogolpe” de Fujimori en 1992. Algo así no debería repetirse jamás.

El espíritu de Lima 2001

En la Carta Democrática se estipula que los pueblos de las Américas tienen derecho a la democracia, y los gobiernos, la obligación de promoverla y defen

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