En Venezuela la desinformación no es un accidente: es un arma. En medio de un ecosistema mediático debilitado, la gente recurre a la web y a las redes sociales para informarse, pero allí predomina una vorágine de rumores, cadenas sin sustento y titulares diseñados para generar alarma. La consecuencia es una ciudadanía atrapada en un ciclo de desinformación, de zozobra: nunca se sabe qué es real, qué es manipulado y qué es completamente inventado.
El problema alcanza la vida cotidiana dentro y fuera del país, las personas son presa de contenidos maliciosos cuya procedencia apunta a factores con intereses en el hastío y agotamiento que produce en las personas el tsunami de rumores diarios que, finalmente, son solo eso, rumores.
La falta de verificación se convierte en caldo de cultivo para