En 1989, en una esquina cualquiera del barrio Claret, al sur de Bogotá, un hombre llamado Desiderio Ramírez empezó a escribir una historia que todavía se sigue contando con la boca llena de tamal. No tenía un plan maestro ni un proyecto de vida en mente. Lo suyo fue más sencillo: un amigo le pidió preparar cien tamales para una reunión familiar. Desiderio aceptó y, sin proponérselo, descubrió el camino que le daría nombre y sustento por más de tres décadas.
Le fue tan bien en aquella tanda que al día siguiente repitió la dosis. Cocinó otros cien, cargó la olla y se paró en la esquina de la carrera 32 con calle 44 sur, en pleno Claret. Los vendió todos. Ahí empezó todo.
Los tamales costaban entre mil y tres mil pesos, según el tamaño y el bolsillo del cliente. La receta era la de siempre: