En estos días en que la palabra guerra vuelve a infiltrarse en titulares y discursos con una ligereza que hiela la sangre, conviene recordar un epitafio breve de Rudyard Kipling —Nobel de Literatura en 1907—, escrito tras la muerte de su hijo John, caído en el frente con apenas dieciocho años. Una sentencia tan sencilla como devastadora: «Si alguien pregunta por qué hemos muerto, decidles: Porque nuestros padres mintieron».

Kipling, fervoroso belicista en los años previos a la Gran Guerra, empujó a su hijo a alistarse. Tras su muerte, golpeado por el sentimiento de culpa, escribió el epitafio reconociendo que la mentira no siempre oculta hechos: a veces adopta la forma de convicciones heredadas, de certezas rotundas que no son tales y de promesas de gloria que arrojan a los jóvenes a mori

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