Una docente dirigió el siguiente aviso a los estudiantes de su curso: que, dado que la marcha del miércoles en defensa de las universidades estaba citada para las cinco de la tarde, y puesto que entonces habría dictado de clases hasta las tres, la asistencia a su clase (se sobreentiende que en un horario previo, que los estudiantes ya conocen) mantenía su condición de asistencia obligatoria. Y por ende, a quien no concurriera iba a tener que computarle la falta. La idea era clara: había clase, había que asistir, y la marcha se hacía después.
La idea era clara, en efecto, y sin embargo hubo alguien que leyó mal y entendió peor, o que no leyó (pasó el dedo rapidito por la pantalla exigua y volátil, es decir, no leyó) y entendió cualquier cosa. O leyó y entendió pero especuló con que muchos