Por: Emilio Gutiérrez Yance
Dicen que en Mompox los relojes no avanzan: sus manecillas se cansaron un día de tanto girar y, desde entonces, el tiempo quedó suspendido sobre los balcones de buganvilias y las calles empedradas. El río Magdalena, ancho como un espejo de plata, sigue su curso lento, pero en sus aguas viajan las voces de quienes partieron y aún se sientan a conversar con los vivos cuando el sol cae.
Fue en este rincón encantado donde la comunidad encendió un fogón inmenso, tan grande que parecía un altar de leña encendida. De aquel fuego nació un sancocho que no solo alimentó estómagos, sino que devolvió a la gente el calor de estar juntos. El humo subía al cielo dibujando figuras: gallos, mariposas, ángeles que parecían bendecir la olla.
Los niños, con risas que parecían ca