David Fajgenbaum tenía 25 años y estudiaba medicina en la Universidad de Pensilvania cuando escuchó un diagnóstico que parecía una condena: enfermedad de Castleman, un trastorno poco frecuente del sistema inmunitario para el que no existía cura aprobada. Durante meses sufrió ingresos hospitalarios, recaídas casi mortales e incluso recibió la extremaunción. “Recuerdo haber pensado en mi examen final: ¿a quién le importa? Estoy a punto de morir” , escribiría después en su autobiografía.
A pesar de la quimioterapia, las recaídas fueron constantes . Tras varias sesiones intensivas y al límite de su tolerancia corporal, los médicos le advirtieron de que no tenía más opciones de tratamiento y que una nueva recaída sería fatal. Ante la certeza de que el tiempo se agotaba, Fajgenbaum tomó