De entre los variados desperdicios que la historia argentina de las últimas décadas acumula, uno de los más notables es, sin duda alguna, el enorme tiempo invertido en debates estériles que nunca se zanjan y son, a la postre, relevados por otros debates no menos irrelevantes. Es el arte de dar batallas en las que la nada misma está en juego y en las que se intenta matar mosquitos a cañonazos. Batallas que son presentadas como vitales para la supervivencia de la Nación y que, una vez perdidas, serán minimizadas por los mismos que las emprendieron como si en ellas les fuera la vida.

Esta pasión por lo minúsculo atraviesa a casi toda la sociedad política argentina, como si se tratara de demostrar que, ante la imposibilidad de encarar los grandes temas, hay que dar trascendencia a los pequeño

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