Poco a poco la vida se regenera en el Valle de Aridane . Cuatro años después de la erupción del Tajogaite , el gigante continúa metiendo miedo. Nadie olvida y, por si acaso algún vecino cae en la tentación de pasar página, basta con levantar la mirada para ver imponente la silueta del volcán . Arriba todo está dominado por el silencio y la soledad, abajo, cuando se fractura el reposo, se escuchan los ladridos de los perros, el canto de los gallos o el cansino traqueteo de las picadoras que intentan doblegar a las coladas. Sí. Un descomunal manto negro recuerda que el valle ya no es verde.
Enterrados a muchos metros de profundidad quedan casas, fincas, postales familiares y un sinfín de esfuerzos irrecuperables . «Mi abuelo, mi padre y yo nacimos allí», apunta con su índice derec