Para muchos conquenses que han tenido que dejar su ciudad por motivos laborales, académicos o personales, vivir fuera no significa ni desconectar de sus raíces ni perder el apego por las tradiciones que marcaron su infancia, su juventud y su vida.
Más bien, al contrario, la distancia física parece avivar la llama del recuerdo y la nostalgia, y cada año, cuando septiembre se acerca, la ilusión por regresar a Cuenca para celebrar San Mateo se convierte en un motor que impulsa a muchos de ellos a volver.
Esta fiesta, que llena las calles del casco antiguo de música, color y vida, es mucho más que un evento popular, más bien es un símbolo de identidad y pertenencia que trasciende generaciones, y también distancia.
El regreso no es un simple desplazamiento, sino un ritual cargado de signifi