Cartas al director
Hay quienes se aferran a una pulsera como a la vida. Es el caso de nuestros ancianos más desvalidos, crédulos de que el cielo protector les dispensará ayuda ante la incidencia. También de nuestras maltratadas, susceptibles de ser agredidas por quienes un día les inspiraron una breve y sutil confianza. Unos y otras habrían de quedar reconfortados desde el amor, el amor y la protección que una sociedad avanzada dispensa a sus seres frágiles ante una previsible adversidad. Pero resulta que no es así. Que las pulseras telemáticas de nuestras maltratadas no funcionaban, dejando al albur el acecho y la ira de quienes las persiguen. Es un tema muy grave, del que por el momento se carece de información. Se esquivan las explicaciones, las comparecencias técnicas y, al más alto n