En estos tiempos se legisla hasta el bostezo. Queremos productividad, adrenalina, conexión. El aburrimiento ha quedado relegado al cajón de los pecados sociales: como si perder el tiempo fuese un delito contra el PIB. Lo curioso es que, al expulsar el tedio de nuestras vidas, también hemos expulsado el pensamiento y, con frecuencia, la razón. El ciudadano modélico corre de reunión en reunión, produce informes, consume contenidos, mide sus pasos y sus horas de sueño, con un reloj. Un esclavo que sonríe mientras carga con sus propias cadenas. Cosas de la evolución. Los griegos lo sabían: el ocio —no el trabajo— era la cuna de la filosofía . La modernidad, en cambio, nos ha convencido de que el asueto solo vale si se mide quemando calorías o en “likes”. Llamaban “ocio” al tiempo libre, y de

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