Esta columna nace de la pura indignación y de la frustración más profunda. No es un capricho ni una queja menor, es el grito de cólera de un viajero que se sintió maltratado, ignorado y, francamente, humillado por una empresa que supuestamente está para servir. Avianca, te escribo a ti, porque tu servicio no solo falló, sino que me hizo sentir todas las heridas que uno trae de la infancia: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia.

Compré un tiquete con escala a Valledupar. El primer vuelo, de Rionegro a Bogotá, salió puntual. Llegué al aeropuerto El Dorado a las 5 de la tarde, con más de una hora de holgura para mi próximo vuelo a las 6:40 p.m. Estaba tranquilo, compartiendo con unos amigos muy cerca a la puerta de abordaje. Cuando faltaban 25 minutos para el cierre de la pue

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