Para ser la tumba de uno de los personajes más ricos y poderosos del Perú, esta luce muy descuidada, casi abandonada. Cualquier transeúnte que visite el cementerio puede pasar tranquilamente de largo, sin nada que sugiera que se encuentra frente a los restos de quien fuera uno de los más importantes “barones del caucho” y arquitecto de la urbanización y explotación de la selva hace un siglo. Si uno logra conseguir una escalera y, con un poco de paciencia, consigue sacudir el polvo acumulado en la lápida, lo primero que asoma es una fecha y luego (finalmente) el nombre: Julio César Arana.

En realidad, la lápida no dice mucho, por no decir nada. Un nombre y un par de números que hacen las veces de fechas. Es una manera cruel, aunque no sorprendente, de cómo es recordado Arana, sin nadie que

See Full Page