Si mañana sale de la lámpara de mi casa un genio y me ofrece elegir entre dos deseos, «cien millones de euros» o que «Sánchez desaparezca del mapa», tendría meridianamente con cuál quedarme. Cierto es que 100 kilos me resolverían la vida por los siglos de los siglos pero no hay color frente al orgasmo moral que experimentaría contemplando al gran corrupto abandonar Moncloa con la cabeza gacha camino de ese merecido desprecio ciudadano que será la constante el resto de su vida.
El único obstáculo en forma de piedra de 10 toneladas que se interpone entre mis deseos y la realidad es la congénita torpeza de la derecha patria. Masoquista a más no poder. Genuflexa, acomplejada y autodestructiva. En la campaña de las últimas generales tenían el poder en el bote y lo tiraron por la borda a última