Siempre se habla de ella. Respetada entre el sí y el no. Hermosa y auténtica. Sobria en el uso de afeites y mesurada en los dictados de moda de una Coco Chanel o de un Dior o de una modista criolla. Su presencia en ocasiones académicas, en el fabulario político, en la conciencia pública va y viene con atildado tino y prudencia. Desde luego que sin que falte ese alguien que la califica de vieja inconveniente para los intereses personales.

No le pasan los años: sin “la fealdad de la vejez” como cualquier Dorian Grey. Presta a servir cívicamente si la dejan. Con una gran ventaja: no reclama créditos y mucho menos réditos. Se conviene que es el mismísimo diálogo conveniente, humano, sobrio y analítico y no rehúye el nobilísimo papel que debe desempeñar, aunque a algunos malquerientes no les c

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