El otoño llega con su particular melancolía, la luz se vuelve más suave, las hojas caen y el aire fresco parece invitar al recogimiento. En medio de este paisaje, la soledad adquiere un matiz distinto. No es la ausencia dolorosa de compañía sino un silencio que acompaña, un espacio para reencontrarse con uno mismo. Las calles arboladas, tapizadas de ocres y dorados, recuerdan que todo ciclo implica desprenderse de algo o de alguien. La soledad otoñal se asemeja a esa rancia liberalidad que nos invita a dejar atrás lo que pesa y a quedarnos con lo esencial. Mientras que el crujido de las hojas bajo los pies sustituye el bullicio del verano, y en ese cambio se abre la posibilidad de escuchar la voz interior tantas veces ahogada por el ruido cotidiano. No se trata de huir de los otros, no, si
Soledad otoñal

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