A veces, la guerra selecciona como héroe a quien menos debería. Una boina azul caída en el barro, el sonido de botas sobre hojas mojadas y el cuerpo de un niño de seis años, Marcel Pinte, convertido en símbolo de la Resistencia francesa . El día de su muerte, en los bosques de Aixe-sur-Vienne, los combatientes adultos dejaron de hablar de armas y de traiciones para mirar el rostro de un pequeño caído. Era la infancia sacrificada en medio de un conflicto que se llevó millones de vidas.

Había guerra. La ocupación nazi rasgaba a Europa , y los campos de Limousin , con sus casas de piedra y sus caminos cubiertos de niebla, eran escenario de pasadizos, de señales en clave, de mensajes cosidos entre los pliegues de la ropa. En una de esas casas, la familia Pinte tejía redes de resistencia

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