Pocos dudan a esta altura de los acontecimientos del formidable peso político que ha alcanzado Donald Trump en la escena mundial.
Los rasgos cambiantes y a menudo contradictorios de sus decisiones en cierto sentido subrayan ese peso: sus arbitrios pueden ser recibidos con reticencia pero en última instancia consiguen su cometido . Es cierto que todavía no logró el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, que prometía inminente una vez que hablara con Putin y Zelensky, pero allí lo que falló fue el pronóstico de los plazos y el diseño del objetivo, no su influencia, a la que ambos interlocutores muestran respeto.
El elocuente respaldo que Trump concedió una semana atrás a Javier Milei, certificado con el print del ditirámbico mensaje digital que le había dedicado y con la promesa del su s