Desde hace muchos años, cuando paso por la esquina de Antillano Campos con San Jorge, miro de pasada un azulejo que dice: “Oficio noble y bizarro / de entre todos el primero / porque en la industria del barro / Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro”. Lo que más me gusta de estos versos es la palabra con que el poeta nos designa a nosotros, creación final de la divinidad.

No somos una joya ni un tesoro, sino un cacharro de barro, de arcilla, de tierra húmeda y endurecida que al romperse volverá a integrarse con la tierra de la que jamás sus pies se separaron.

A mí la palabra cacharro me lleva a la cocina de mi abuela en el Tardón, con sus fuegos antiguos, sus platos de duralex con el borde avolantado y un cazo de latón abollado e inestable con el que hasta hace no m

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