En la cima de una colina con vistas al Mediterráneo, entre ruinas romanas y templos púnicos, se levanta una construcción tan majestuosa como inesperada: la  Catedral de San Luis de Cartago , hoy conocida como  Acropolium . Es uno de esos lugares en los que el tiempo se detiene y las religiones se dan la mano. En su interior conviven las huellas del cristianismo, el islam y el judaísmo, reflejadas en cada arco, mosaico y arabesco.

Aunque ya no se celebra culto desde 1964, este templo se mantiene como una joya patrimonial abierta al público, escenario de conciertos, exposiciones y festivales culturales. Y es que pocas iglesias en el mundo logran transmitir, como esta, la fuerza simbólica de la  convivencia entre culturas  que marcó la historia del Mediterráneo.

Interior de la Catedral de Saint Louis en Cartago, Túnez

Un templo cristiano sobre las ruinas de Cartago

La historia de la catedral arranca en el siglo XIX, cuando el  cardenal Charles Martial Lavigerie , arzobispo de Argel y figura clave del catolicismo en África, mandó construirla en honor al  rey Luis IX de Francia , muerto durante la Séptima Cruzada, precisamente en Cartago, víctima de la peste.

La obra, levantada entre 1884 y 1890, se erigió sobre un terreno cargado de simbolismo: el antiguo  templo púnico de Eshmún , dedicado al dios fenicio de la curación, y sobre restos de construcciones romanas posteriores. Es decir, en un mismo punto coincidieron tres mundos —el cartaginés, el romano y el cristiano—. No podía haber lugar más propicio para levantar un monumento a la fe y a la historia.

Entre la cruz y el arabesco

La  Catedral de San Luis  combina estilos que en teoría se repelen, pero que aquí conviven en una armonía visual sorprendente. Su planta en forma de cruz latina recuerda a las grandes iglesias europeas, pero las  cúpulas bulbosas , los  arcos de herradura  y los  motivos geométricos y florales  revelan la clara influencia islámica.

Los  vitrales decorados con arabescos , los  colores cálidos de los muros  y las  torres cuadradas gemelas  que coronan la fachada completan un conjunto que parece un híbrido entre una catedral francesa y una mezquita andalusí.

El resultado es una síntesis estética única: un templo cristiano con alma morisca y espíritu mediterráneo. Es, de hecho, uno de los mejores ejemplos del  estilo neobizantino-morisco  en el norte de África.

Cartago: donde las civilizaciones nunca mueren

La ubicación de la catedral no es casual. Cartago fue una de las ciudades más poderosas del mundo antiguo, cuna de Aníbal y rival eterna de Roma. Tras ser arrasada y reconstruida varias veces, la zona se convirtió en un mosaico de culturas:  púnica, romana, bizantina, árabe y francesa .

Caminar por el entorno del Acropolium es recorrer siglos de historia: desde los baños de Antonino hasta las ruinas del foro, con la catedral vigilando desde lo alto. Y cuando el sol cae sobre el Mediterráneo y los muros se tiñen de naranja, es imposible no sentir que en este lugar  todas las religiones se miran de frente y se respetan .