A Sergio Boj no le dejaban soldar. En el taller familiar —hierro, puertas, rejas— siempre oía lo mismo: “A mí nadie me ha enseñado”. Cuando los mayores salían a instalar, él enchufaba la máquina a escondidas y practicaba con el gatillo. A los 17 ya hacía portones de edificio “de tela”. A los 23, cansado de jerarquías domésticas (“el mayor no quiere ceder, el otro se va, el otro viene”), se fue con un hermano y dos máquinas de soldar. Después llegó la crisis, cada cual tomó su rumbo y desde 2010 trabaja solo .
Se define con precisión: “Carpintero metálico” . No hace gran estructura; mide, fabrica en taller e instala “cuando toca”, aunque preferiría no salir: “Disfruto mucho del taller. Instalar me pone nervioso, quiero dejarlo bien”. La clientela se armó por boca-oreja en la costa: “