Los objetivos financieros no deberían ser una lista abstracta, sino metas con identidad propia. Ponerles nombre les da forma, los hace tangibles y nos recuerda por qué merece la pena ahorrar. Como asesores financieros, nos encontramos a diario con proyectos personales tan diversos como «la universidad de Ángel y Claudia», «una jubilación tranquila», «dar la vuelta al mundo a mis 65» o «entrada del piso en el centro». Cuando los clientes se refieren a ellos así, dejan de ser simples cifras y se convierten en planes vitales.

Estos propósitos financieros pueden ser a largo plazo (con vistas a la jubilación, los estudios de los hijos o la compra de una vivienda), a medio plazo (unas vacaciones especiales, un coche nuevo, un máster) y a corto plazo (una ortodoncia, reformas o imprevistos). Tod

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