La ciudadanía lleva varias semanas en movilizaciones constantes ante el desgobierno que afecta sus vidas, incluso hasta la muerte, a manos de criminales sicarios. Como respuesta, la reacción presidencial ha declinado de cualquier intento de magnanimidad hacia los peruanos y peruanas.
Que la mandataria diga que solo es suficiente no contestar el teléfono para que ya no haya más extorsiones es una burla a las personas que han visto enlutadas a sus familias y de aquellas que viven con el terror de ser asesinadas por trabajar honradamente.
Muchas víctimas ni siquiera sabían que sus empresas eran extorsionadas. En otros casos, los delincuentes matan primero y luego piden los cupos. Es inaudito que semejante hondura de desconexión con la realidad cotidiana de millones de peruanos sea lo único