Durante largas y angustiosas décadas, hombres y mujeres pasaron casi toda su vida echando pala a las afueras de las minas de Muzo y en las laderas de los ríos cercanos buscando una esmeralda que los sacara de pobres. Muchos guaqueros se hicieron viejos con la ilusión de un hallazgo que nunca llegó. Hoy, con los años sobre los hombros y los huesos cansados, lo único que conservan esos viejos y viejas es el recuerdo del barro pegado al cuerpo, el dolor en las manos callosas y la incertidumbre de cada día.

En medio de ese panorama que parecía no tener final apareció algo que, para ellos, era tan raro como encontrar una gema perfecta: la Fundación Muzo. Un lugar que desde 2014 los acogió como una casa grande donde caben muchos. Esta organización sin ánimo de lucro, nacida de las entrañas de l

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