Las familias se despliegan como mapamundis. En la madeja de tu memoria heredada se trenzan recuerdos de mestizaje: quienes buscaron mejor suerte en América –Brasil, Argentina, Cuba–; quienes emigraron a Suiza o Alemania en los años sesenta para huir de la pobreza; quienes se casaron aquí o allá con extranjeros. Tu madre imagina, con la prueba de sus ojos negros y un antiguo censo, el origen morisco del apellido Moreu; otros parientes dicen proceder de Francia. Tu padre evocaba historias remotas de antepasados sefardíes, nunca supiste si fábula o verdad. Invadidas o invasoras, refugiadas, emigrantes, exiliadas: somos criaturas de la diáspora.

Las huellas de una genética viajera y promiscua revelan nuestro pasado como especie migrante, aunque nos empeñemos en negar la evidencia. Los antiguo

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