Francisco J. Sánchez

Durante décadas, los periodistas aprendieron a convivir con el dolor ajeno sin mirar el propio; a narrar tragedias con precisión quirúrgica, sin permitirse el temor ni la lágrima porque, simple y sencillamente, “era parte del oficio”.

Hoy, gracias a los nuevos hallazgos de investigaciones científicas se confirma que generaciones enteras de reporteras y reporteros en Oaxaca, México y el mundo arrastran heridas invisibles.

Pero no son aquellas cicatrices de los golpes o de las amenazas -aunque abundan-, sino las que deja la mente después de años de exposición al trauma, la precariedad y el miedo.

Según The Self-Investigation, una organización internacional dedicada al bienestar emocional en el periodismo, que este miércoles inicia su segunda Cumbre Mundial de Salud M

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