En el pasaje Zócalo–Pino Suárez, en el centro de una multitud, una de las mentes más brillantes del México contemporáneo, sin guardias, con un tacuche gris tirando a negro, y sudando a mares, presentaba uno de sus textos. Era 1987, eso creo, y se desarrollaba la Feria del Libro. Solo tuve oportunidad de estrechar su mano y pedir un autógrafo.

Una década después, en un congreso electoral, un alma piadosa me seleccionó para “echar un trago” y escuchar al maestro. Cuando visito el restaurante del hotel Santa Fe en Guanajuato, volteo a la mesa donde hace 30 años recibí, junto con otros parroquianos, y en exclusiva, una “conferencia magistral” sobre el proceso legislativo.

Por aquellos días, en los noventa, me encomendaron participar en la redacción de una nueva ley de educación para Coahuila

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