Hay espacios que están íntimamente ligados a las ciudades , pero también guardan un estrecho vínculo emocional y afectivo del que resulta imposible desprenderse. ¿Quién no recuerda al niño que corretea detrás de una paloma con una sonrisa en su cara sin poder darle alcance? ¿Quién no guarda en su retina un concierto, una manifestación, un pregón o una larga noche en uno de los lugares más icónicos de España? ¿Quién no ha sentido alguna vez el retumbar de las campanas de la basílica, el cierzo entrando de lleno en el cuerpo, el sabor del roscón de San Valero en un frío mes de enero o el aroma que desprenden las calles aledañas al Pilar? ¿Quién no tiene una foto en alguno de los rincones del mayor salón de la capital aragonesa? Las respuestas a todas estas preguntas conducen a un mismo lu

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