Pero no llegó con discursos ni aplausos de esquina: se presentó con rodillo en mano para pintar el salón donde los jóvenes entrenan sus mejores patadas voladoras.

Así, el edil demostró que también sabe aplicar una “llave de compromiso” al trabajo directo y sin intermediarios.

Los alumnos de karate, sorprendidos, lo vieron llegar como si fuera el Santo bajando del cielo.

“Nos pidió que le diéramos chance de entrar al ring del trabajo físico”, contaron algunos.

El propio Galicia dijo que se trataba de cumplir una promesa y dejar listo el dojo para la ceremonia de cambio de cintas, que en el mundo de las artes marciales equivale a subir de categoría… o de máscara.

Y ahí se le vio, dando brochazos, sudando la gota gorda y dejando el lugar con una auténtica “manita de gato voladora”.

Con

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