El mundo académico, educativo y social que rodea a la lengua catalana recuerda a menudo las discusiones bizantinas. Cuando la supervivencia de la lengua de Maria Barbal va de mal en peor, no habría que poner más palos en las ruedas haciendo de sabelotodo o condenando una palabra o expresión porque se acerca demasiado al castellano.
Hace unos días, en las redes sociales surgió una interesante conversación sobre la palabra dropo, que me parece perfecta, con una sonoridad elocuente. Y si no la conocemos, con un poco de contexto enseguida se entiende. Según el DIEC, un dropo es alguien que rehúye el trabajo. Pone estos tres ejemplos: “És un dropo: no hi ha manera de fer-lo treballar. Quin dropàs n’hi ha de tu! Aquell és encara més dropo que tu”. Y lo remata con la locución fer el dropo