La memoria, recordar o intentar recordarlo todo, registrarlo, como le ocurre al memorioso Funes de Borges, puede resultar algo funesto; un ejercicio destinado, como todo lo vivido, a la muerte o, quizá, al olvido. Pero, ¿qué es el olvido, sino ese lugar donde la memoria persiste, resiste y se fortalece, curiosamente, contra el olvido? La memoria del escritor australiano Richard Flanagan (Tasmania, 1981) no es, ese sentido, ni funesta ni, tampoco, prodigiosa o selectiva. Es, por decirlo de alguna manera, una memoria inefable, sideral, capaz de detenerse aleatoriamente en los detalles más íntimos y particulares de la vida del escritor y de su biografía familiar y, al mismo tiempo, en acontecimientos históricos que marcaron el pulso del mundo (así se trate de una guerra, de un libro, de una
'La pregunta 7': sí, era posible la bomba de Hiroshima

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