Al pie de la montaña de Collserola, enfrente del club de pádel de Sant Just Desvern, en Barcelona, se levanta un edificio cúbico hecho de hormigón y con ventanas de madera. De su techo, aunque no se aprecie desde el exterior, cuelga un gran ventilador que preside un atrio redondo, y que une todas sus plantas por el interior como si fuese un patio de luces. Ese mecanismo innovador permite a ese bloque de viviendas de alquiler público tener la etiqueta A de eficiencia energética. Y no es el único. 

En los últimos años, las instituciones públicas, inmersas en ampliar el parque de alquiler protegido –en Barcelona está por debajo del 2%–, han adoptado distintas innovaciones arquitectónicas en sus promociones. Algunas afectan a la climatización, otras a la distribución de espacios comunitarios o incluso a la perspectiva de género. “Cualquiera de estos edificios estará en pie más de 150 años”, constata Josep Maria Borrell, director gerente del Institut Metropolità de Promoció del Sòl i Gestió Patrimonial (IMPSOL), que pertenece al Área Metropolitana de Barcelona (AMB). “No producimos lo que la gente quiere, sino lo que promueve un cambio de hábitos en la sociedad”, señala.

Su promoción de Sant Just Desvern es un ejemplo de esta premisa, aseguran. El edificio agrupa 30 de las 3.000 viviendas sociales que el IMPSOL, juntamente con la AMB, ha impulsado desde 2019. 

Con unos precios de la vivienda que provocan que los barceloneses destinen de media un 40% de sus ingresos a pagar el alquiler, las administraciones han reaccionado tratando de hacer crecer un parque público de vivienda hasta ahora residual. En el caso del AMB, impulsó la promoción de 5.000 viviendas entre 2019 y 2025 y la rehabilitación de 6.809 casas entre 2022 y 2025, con los fondos Next Generation. Ahora, a caballo del plan de Salvador Illa de levantar 50.000 pisos antes de 2030, su intención es incorporar 6.000 más, así como seguir con la rehabilitación a través de la entidad pública IMPSOL, el Consorci Metropolità de l’Habitatge (CMH) y también el operador público-privado Habitatge Metropolis Barcelona (HMB).

La promoción del IMPSOL en Sant Just Desvern

Las unidades familiares que residen en el edificio desde 2023 han aprendido a hacer uso del espacio para preservar el calor en invierno y el frío en verano sin necesidad de aire acondicionado ni calefacción. Mediante manuales de uso del inmueble y reuniones con los vecinos, las instituciones han facilitado cambios de hábitos, aunque reconocen que no siempre a gusto de todos los inquilinos. 

Con todo, Borrell asegura que las familias que siguen los consejos de los arquitectos consiguen que sus viviendas sean mucho más eficientes térmicamente. 

En el edificio de Sant Just Desvern las ventanas de las zonas comunes y el gran ventilador que corona el atrio central funcionan con una sonda térmica automática que abre y cierra las infraestructuras dependiendo de la temperatura. Eso crea lo que llaman un “espacio bioclimático intermedio”, abierto en verano y cerrado en invierno, que permite, junto a las terrazas de las viviendas, tener lugares a través de los que ventilar y aprovechar la temperatura exterior y la luz solar. 

Los espacios climáticos intermedios, una estrategia de ahorro y eficiencia energética, se han aplicado también en otros edificios mediante cortinas de cristal en las terrazas que permiten convertir un espacio externo en interno en invierno. O con toldos que proveen sombra durante los meses de sol. 

“En invierno casi no tuve que poner la calefacción”, explica una de las vecinas, “y el aislamiento es brutal, cierras las ventanas y ya no escuchas nada”. Esta inquilina, que tiene dos hijos adolescentes, lleva desde 2023 en el edificio. Asegura que han aprendido a vivir de una manera diferente y que ahora “volver a un piso normal sería muy difícil”. “Este es el modelo de vivienda al que se debería de tender”, aprecia.

Una de las peticiones del operador público a sus inquilinos es que confíen en el funcionamiento bioclimático del edificio y no instalen aire acondicionado. “Ha habido casos de quejas de vecinos por calor en verano”, cuenta una vecina del edificio. Explica que no fue su caso y que ella estuvo cómoda tanto en periodos de frío como de calor, pero eso no quita que haya inquilinos que demanden más comodidades o que incluso lo consideren una necesidad. 

Sin embargo, no todas las innovaciones arquitectónicas buscan mitigar los efectos del cambio climático. Estas viviendas también cuentan con un diseño atento a la perspectiva de género. “En una viviendo normal, los espacios nobles son la habitación y la sala de estar, los espacios que tradicionalmente usaba el hombre al llegar a casa”, explica Borrell. “Intentamos promover que los espacios no estén jerarquizados y que los lugares donde se desarrollan las tareas domésticas sean visibles, centrales y lo suficientemente grandes para que quepan dos personas”, argumenta.

Los arquitectos detrás de los proyectos también piensan en el tipo de familia, a menudo con rentas medias o bajas, que van a ocupar esas viviendas sociales. Al pagar el alquiler por metro cuadrado útil, diseñan viviendas sin pasillos y con espacios polivalentes y flexibles para sacar el máximo provecho al espacio sin que suba el precio del arrendamiento. 

Desde la terraza hasta el aparcamiento, las construcciones están pensadas para adaptarse a cómo se vivirá dentro de 150 años. En el edificio de Sant Just Desvern, por ejemplo, el parking tiene luz solar y ventilación. La intención es que pueda ser reconvertido en el futuro en otro tipo de espacio útil, como podría ser una guardería o una oficina, si se consolida la tendencia a la baja en el uso vehículos a motor.