En las abrasadoras aceras de Trinidad, niños venezolanos se agachan junto a los semáforos, con sus pequeñas manos extendidas mientras los adultos piden monedas. Detrás de cada palma extendida hay otro tipo de exilio: puertas de aulas cerradas, documentos faltantes y el trauma de una travesía que ningún niño debería tener que hacer.

Aceras en lugar de aulas

En el sur de Trinidad, dos hermanos se sientan en el borde de la acera mientras un hombre —quizás su padre, tal vez no— llama a los autos que pasan. Su viaje desde Tucupita, Venezuela, hasta Icacos tomó veinte minutos en bote, pero la distancia entre el lugar de donde vinieron y donde ahora están parece inconmensurable. Su aula es el pavimento; sus lecciones son de supervivencia.

“Aunque la Ley del Niño prohíbe usar o permitir que un

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