Recién con su muerte en 1935, a los 47 años, la vida literaria de Fernando Pessoa comenzó lentamente a cobrar verdadero vuelo. Reconocido por una incesante voluntad creadora, el portugués, como es sabido, cursó su existencia fabricándose diversos avatares literarios. Hablamos, claro, de los célebres heterónimos; los más reconocidos –Alberto Caeiro, Bernardo Soares y Ricardo Reis– vieron por primera vez la luz pública en la revista portuguesa Presença , allá por 1928; y el último de ellos inspiró, incluso, una de las farragosas novelas de otro portugués, templado y Nobel: José Saramago.

El libro de la transformación compagina una copiosa serie de fragmentos en tres idiomas (portugués, inglés, francés) en una traducción plural; y, como una parte significativa de la obra, permaneció in

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