El desarrollo de la inteligencia artificial permite reproducir con exactitud los gestos, la voz y la imagen de personas que ya han fallecido . Esta capacidad, que muchos presentan como un avance al servicio del arte, también despierta una inquietud evidente. Detrás de cada recreación hay familiares que siguen sintiendo la ausencia y que, de pronto, ven cómo ese vacío se llena con una copia digital.

La intención puede no ser dañina, pero el efecto emocional resulta intenso y confuso. Este contraste entre innovación y dolor personal ha originado un debate sobre los límites morales del uso de la tecnología , algo que se ha hecho visible en los últimos días por una voz muy concreta.

El rechazo público de Zelda Williams expone el lado más incómodo de las imitaciones digitales

La actriz y directora Zelda Williams expresó en sus redes sociales su rechazo hacia los vídeos generados por inteligencia artificial que reproducen la imagen y la voz de su padre, el actor Robin Williams , fallecido en 2014. En su cuenta de Instagram, la artista publicó un mensaje en el que pidió que se detenga la circulación de esos materiales. “ Por favor, dejad de enviarme vídeos de mi padre generados por IA ”, escribió visiblemente enfadada: “Si tuviérais un poco de decencia dejaríais de hacerselo a él y a mí”.

En esa misma publicación añadió que no desea verlos ni entenderlos y reclamó respeto hacia quienes aún guardan el recuerdo de esas personas. En otro fragmento de su mensaje afirmó que esas recreaciones convierten a los artistas en “ salchichas repugnantes y sobreprocesadas ” fabricadas a partir de vidas reales.

La hija de Robin Williams pidió que se dejen de difundir vídeos generados por inteligencia artificial

Las palabras de Zelda Williams, difundidas por la revista Variety , han devuelto a la actualidad un problema que la industria audiovisual afronta desde hace meses. El avance de la inteligencia artificial permite recrear rostros y voces con una fidelidad sorprendente , lo que plantea dudas sobre el consentimiento y la dignidad de quienes ya no pueden decidir sobre su propia imagen.

Para los sindicatos y asociaciones de actores, este fenómeno no representa un simple experimento técnico, sino un riesgo directo para la integridad profesional y emocional de todo el sector .

Esa preocupación no es nueva. En 2023, cuando el sindicato SAG-AFTRA incluyó el uso de la IA como tema obligatorio de negociación en su huelga, Zelda Williams escribió que había visto durante años cómo se intentaba entrenar modelos digitales para imitar a actores fallecidos . “He escuchado a la IA usar su voz para decir lo que otros quieren y eso me resulta perturbador”, explicó entonces. Añadió que los actores vivos merecen la oportunidad de crear personajes con sus decisiones, su tiempo y su esfuerzo humanos . Según dijo, esas imitaciones son “una versión pobre de personas grandes, y en el peor de los casos, un monstruo armado con lo peor de esta industria”.

Robin Williams se convierte, incluso después de su muerte, en el centro de una discusión moral global

La figura de Robin Williams ocupa un lugar principal en este debate. Su talento cómico marcó a varias generaciones, y su pérdida provocó una reacción mundial. Por eso, el uso de su rostro o su voz mediante algoritmos no se percibe como un homenaje, sino como una apropiación.

Para su hija, cada vídeo generado con IA convierte una vida real en un producto sin alma , fabricado para obtener visitas o reacciones en redes sociales. “Creéis que es el futuro, pero la IA solo recicla el pasado”, escribió en su mensaje, criticando que esas creaciones reducen a las personas a fragmentos digitales desprovistos de contexto y sensibilidad .

El avance de la inteligencia artificial obliga a repensar los límites entre memoria, arte y respeto humano

En paralelo, el sector tecnológico y cinematográfico intenta adaptarse. Algunos estudios han presentado actores virtuales creados íntegramente mediante inteligencia artificial, como Tilly Norwood , avatar desarrollado por el estudio Xicoia. Su existencia ha generado inquietud entre intérpretes y guionistas, que reclaman límites legales para proteger tanto sus derechos como la memoria de quienes ya no pueden intervenir . Mientras tanto, el público se debate entre la curiosidad por la innovación y la incomodidad que produce ver revividos a artistas irrepetibles mediante programas informáticos.

La polémica sobre Robin Williams y la intervención de su hija han convertido un asunto técnico en un dilema ético de gran alcance . La inteligencia artificial continúa expandiéndose, pero su capacidad para alterar la relación entre memoria, arte y respeto humano obliga a plantear preguntas que van más allá de la fascinación tecnológica. En este punto, la cuestión deja de ser qué puede hacer la máquina y pasa a ser qué consecuencias tiene para quienes siguen vivos.