Para muchos albaceteños que hicieron la mili, hay una imagen que vuelve nítida cuando se habla de cuarteles: la fila ordenada hacia la cantina, el vapor del puchero empañando los cristales en invierno, el “¿repetimos?” dicho a media sonrisa y el metálico tintinear de las bandejas. El “rancho” —más que un plato, un rito compartido— marcaba pausas, reunía a compañeros y, sobre todo, daba energía para continuar el servicio. Aquel gesto cotidiano, casi romántico en la memoria, sigue latiendo hoy en la Base Aérea de Los Llanos de Albacete , donde la hostelería militar ha evolucionado en profesionalidad sin perder su esencia: cuidar de los suyos.
Por y para sus compañeros de tropa en Albacete
En el Ala 14, ese cuidado tiene nombres y turnos, madrugones y última luz. Detrás de cada jornada de