No consigo quitármelo de la cabeza. No hay manera. En el momento más insospechado, en el metro de camino al trabajo o paseando por la calle, me viene a la mente la imagen de Marcos Granja, pensionista de 93 años, alicaído en la butaca de su salón, solo en la penumbra.

Todo sucedió una mañana de primavera. Marcos abandona su portal y recorre –con esfuerzo, sí, pero con la misma ilusión que sentía de niño, cuando su madre le esperaba a la salida de la escuela e iban juntos a comprar unos zapatos nuevos– las cuatro manzanas que le separan de uno de sus comercios de confianza, un establecimiento de la cadena General Óptica ubicado en la vecina Rambla del Poblenou.

Hoy es el día. Por fin, tras muchos años aguantándolas y algún que otro remiendo con cinta adhesiva en la patilla derecha, tiene

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