El Mundial es sinónimo de fiesta, goles y orgullo nacional. Pero detrás de la celebración, los países anfitriones suelen enfrentar un costo oculto; deudas millonarias, desplazamientos forzados y estadios que terminan convertidos en ruinas. México 2026 no está exento de estos riesgos.
Los mega eventos deportivos suelen prometer desarrollo económico y prestigio internacional. Sin embargo, la realidad ha demostrado lo contrario en muchos casos. Grecia, tras los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, quedó con una deuda superior a los 28 mil millones de euros, un lastre que contribuyó a la crisis financiera que estalló pocos años después. Brasil vivió algo similar, entre el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos de Río 2016 gastó más de 15 mil millones de dólares en estadios e infraestructura, muchos