Hace un cuarto de siglo, escribí y publiqué lo que sigue: “Casi nadie recuerda ya su nombre: Ramón García Sanz. Tenía 27 años cuando fue ejecutado, en Hoyo de Manzanares, pasadas las nueve de la mañana del 27 de septiembre de 1975. No habló antes de morir. Poco bueno le pasó en su corta vida. Su madre, prostituta en el barrio chino de Barcelona y luego en Zaragoza, le abandonó. Sin padre conocido. Vivió su infancia en el hospicio, donde se ganó el mote de Pito , por el silbato (su juguete) que llevaba siempre colgado al cuello. Su único hermano se hallaba paralítico a causa de la poliomielitis. Siempre solo. Hasta que, en enero de aquel año, conoció a José Luis Sánchez Bravo, militante del FRAP, que se convirtió en su amigo. Y de la mano de su amigo fue hasta que, a mediodía del sábado 1

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