A primera vista el paisaje es idílico, sin sombra de sospecha. Las verdes laderas se deslizan hasta la playa, las olas lamen la orilla, unas gaviotas cruzan el horizonte como si nada. Todo es aparente placidez cuando ponemos los pies en la arena húmeda. Hasta que casi pisamos una medusa. Hay que reconocerle una elegancia milenaria al bicho, si te fijas, con esas transparencias viscosas en tonos azules, amarillos, púrpuras o anaranjados. Una belleza misteriosa, no sabemos nada, con ese globo irisado, gelatinoso, con forma de vela de carabela portuguesa del siglo XV, tal como llamamos a esta fiera marina que yace a nuestros pies. Y que luego sabremos que no es una medusa sino una especie colonial monotípica de hidrozoo sifonóforo, con perdón, que no nos ha picado de milagro, agonizante y t

See Full Page