Decía De Gaulle que lo peor que le puede pasar a un político es renunciar a la iniciativa y que Francia no sería Francia sin la “grandeur”. Sin embargo, los franceses ya hace tiempo que se despertaron de aquel sueño evocado por el fundador de la V República de la que algunos consideran ya sólo quedan sus cenizas y un presidente aislado en el Elíseo que proyecta en la esfera internacional los últimos cartuchos de iniciativa para no pensar mucho en su incierto legado doméstico.

Cierto es que los grandilocuentes discursos con proyección europeísta y altas dosis de ímpetu del prometiendo sobrepasar la tradicional dicotomía entre derecha e izquierda ya parecen demasiado lejanos en el tiempo y que el erosionante ejercicio del poder ha sido bastante más prosaico con Macron, encargado de gesti

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