Todos los elementos de la mentalidad caudillista y redentora brillan con pureza inigualable en Gustavo Petro, la síntesis más sorprendente de la megalomanía que escolta mesianismo en América y de la incompetencia que padece quien confunde sus vicios con virtudes y los sueños con realidades.
Desde el primer día de su gobierno, durante su posesión presidencial, mediante símbolos y discursos Petro dejó claro que no había llegado al Palacio de Nariño solo a gobernar Colombia. Después de hacer desfilar la espada de Bolívar ante los mandatarios invitados, aseguró que en su gobierno las estirpes condenadas tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra.
Si Rafael Leónidas Trujillo, el déspota caribeño, estuvo convencido de que Dios le había cedido el testigo para que dirigiera los destinos