Seguí con cierta perplejidad las operaciones de marketing asociadas a la posibilidad de un Premio Nobel para un escritor argentino. Este año el ruido fue mayor que de costumbre. Primero se empezó a hablar de Samanta Schweblin, una escritora joven y con poca obra, con una trayectoria que difícilmente entre en consideración para los electores de la Academia Sueca. Lo de Schweblin pareció uno de esos señuelos que se lanzan cuando hay que ocupar un puesto público para después hacer aparecer el nombre del verdadero candidato, en este caso el de César Aira. No es que Aira tenga demasiados adeptos entre sus colegas (creo que allí tiene más enemigos que amigos), pero la Argentina es un país futbolizado y siempre hay que hacer el gesto nacionalista de alentar al que defiende los colores.

Así fue c

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