Los hablantes de una lengua pequeña como la catalana, discutida, judicializada, fragmentada artificiosamente en Valencia, de presente precario y futuro incierto, a veces tenemos la oportunidad de olvidar un ratito nuestras tristes preocupaciones mientras observamos las peleas de opulencia que se producen entre los dirigentes de lenguas imponentes como la castellana que, según las últimas cifras del Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado estos días en Arequipa (Perú), ha alcanzado ya los 600 millones de hablantes. Los dirigentes de esta lengua global, que penetra con naturalidad en el corazón del imperio anglosajón del brazo de la música latina, resulta que, en vez de celebrar su exuberancia, tienden a la discordia como demuestra la ácida polémica que ha iniciado el poeta Ga

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