Recuerdo cuando se ofrecían charlas sobre autoempleo en las que desgranaban las innumerables ventajas de trabajar para uno mismo, sin jefes, ni horarios y demás parafernalia motivadora de tres al cuarto. Las impartían funcionarios. Personas que habían decidido optar a la seguridad de un puesto en la función pública y que carecían de cualquier experiencia mercantil. Ajenos completamente al viejo concepto de riesgo y ventura del empresario, sermoneaban a los parados siguiendo el argumentario preparado en el ministerio para convencer a su auditorio de que la panacea para desarrollarse profesionalmente era ser autónomo. Algo que no querían para sí. Curiosamente. El papel lo aguanta todo. Pero el estado hacía eso por el bien del ciudadano. O por el suyo propio: eliminaba parados y recaudaba cuo
Parias de España

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