En algún punto entre los noventa y TikTok, alguien decidió que el valor de una persona se mide por lo mucho que hace. Dormir se volvió sospechoso, descansar un lujo, y tener tiempo libre una señal clara de que “no estás dando el 100%”. Así nació la religión moderna de la productividad: una fe sin dioses, pero con muchas apps.

El mantra es simple: si no estás haciendo algo útil, estás fallando. Pero útil para quién, exactamente, nunca queda claro. Nos venden la idea de que cada minuto debe servir para “mejorarte”: aprender un idioma, leer sobre criptomonedas, practicar yoga, aprender a cocinar mientras haces yoga y grabarlo en 4K para que los demás vean lo zen que eres.

Lo más perverso de todo es cómo lograron que la culpa se vea bien. Antes la gente sentía culpa por cosas básicas, como m

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