Durante dos años, Cindy Vanessa Ramírez Sánchez compartió techo, pan y lecho con José Miguel Barrios Galván. Dos años de rutina, de afectos que se fueron enfriando como el café olvidado en la mesa. Dos años que terminaron en una madrugada de furia y lluvia, cuando el amor se desfiguró en el rostro de su asesino.
Eran las 2:40 de la madrugada del miércoles. Afuera, Bucaramanga dormía bajo un aguacero persistente; adentro, en una casa del barrio Kennedy, el ruido era otro: el de una discusión que fue creciendo como un trueno. José Miguel, devorado por los celos, había pasado la noche revolviendo pensamientos, buscando pruebas en el teléfono de Cindy, buscando enemigos en los recuerdos de ella.
Encontró mensajes, palabras que tal vez eran inofensivas, tal vez no. Textos que él interpretó co