La maraña espesa que rodea la casa donde hasta el martes vivió Harold Mauricio Vásquez Mariño, en el barrio Villa Helena, al norte de Bucaramanga, no solo le sirvió de camuflaje a dos asesinos para montar guardia, para acechar, sino también como ruta de fuga después de horadar su humanidad con media docena de tiros.

Debieron esperar allí, pasando desapercibidos en ese sector donde el monte no solo es cómplice del delito sino paisaje permanente, aguardando que Vásquez se asomara para apagarle la llama de su existencia, ya lo tenían decidido. También era de conocimiento de los asesinos que el taxista se preparaba para salir a su faena diaria por las calles; conocían de otros vericuetos en los que quizá estaba o andaba el conductor. Por ahí se habría generado la decisión de matarlo.

Lo que

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