El cadáver iba a la deriva, como tantos otros en ese territorio donde el agua se volvió cementerio. Flotaba sin nombre, sin historia visible, arrastrado por el Magdalena, caudal cansado de cargar con los muertos que le arrojan.

Lo vieron algunos habitantes de Puerto Wilches la mañana del martes 21 de octubre, conocedores de que el portentoso no solo arrastra troncos, barro, bagres, bocachicos o Tarulla.

A esa hora, cuando el fulgor del astro comienza a levantar la niebla, el cuerpo encalló en la orilla, como si quisiera regresar a tierra firme para no ser devorado del todo por el olvido. Parecía pedir una última mirada, un reconocimiento, un gesto que lo rescatara de la nada.

Era un hombre. De unos 1,75 metros, piel trigueña, botas pantaneras, jean azul, camisa negra con letras blancas

See Full Page